Cuando a las puertas de la noche umbría,
dejando el prado y la floresta amena,
la tarde, melancólica y serena,
su misterioso manto recogía,
un macilento sauce se mecía
por dar alivio a su constante pena
y en voz suave y de suspiros llena
al son del viento murmurar se oía:
"Triste nací..., mas en el mundo moran
seres felices que el penoso duelo
y el llanto oculto y la tristeza ignoran".
Dijo, y sus ramas esparció en el suelo.
"¡Dichosos, ¡ay!, los que en la tierra lloran!",
le contestó un ciprés, mirando al cielo.
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